Querida amiga:
P. me regaló por mi cumpleaños una Antología de poetas estadounidenses con dos cualidades en común que sabía que me gustarían: todas eran mujeres y todas están muertas (nada en contra de las vivas, pero tengo la necrofílica costumbre de preferir el verso reposado en caja de pino). En la dedicatoria, me invitaba a abrir el libro al azar cada vez que me sintiera perdida o en el barro (aproximadamente un par de veces al día), con un consuelo: “cualquiera de estas mujeres, incluso la más feliz, ha sido más infeliz que nosotras”. Todo un alivio, teniendo en cuenta que la mayoría se suicidó o murieron antes de los 50 por apoplejía o depresión.
Lo reconozco, en momentos difíciles me consuela pensar en la cara que se le tuvo que quedar a Sylvia Plath (una de las infelices de la antología) al entrar en la cocina de su casa de Devon y pillar a su marido y gran amor, Ted Hughes, con Assia Wevill pelando la pava en lugar de patatas para la ensalada que iban a preparar, o cuando entró en el estudio de Ted y se encontró con varios poemas en los que describía el cuerpo de marfil de Assia (era un paibon) y sus orgasmos, y a ella como a una bruja. No se entra ni en el estudio ni en el WhatsApp de tu pareja, Sylvia, que parecemos nuevas.
Llámalo Schadenfreude si quieres (vamos, trata de pronunciarlo). Pero no creo que ese sea el tema. Lo que me reconforta es saber que nadie se salva, que también las genias sufrieron por un ghosting y en su genialidad fueron profundamente infelices por amor: una nadería de adolescentes para unas; para otras, la mayor fuente de angustias en la historia de la humanidad.
Nadie es inmune. Que se lo digan a Hannah Arendt, llorando por Heidegger en sus ratitos libres para descansar de ser la filósofa más influyente del siglo veinte. Nunca lo había visto así, hasta que V. lo dijo durante mi cena de cumpleaños (y la de otras cinco cumpleañeras que también tuvieron la original idea de reservar en Toga aquella noche): “El amor es una enfermedad”, sentenció V. en la pausa antes del postre, y las demás asentimos en silencio, como con la boca llena de nada, conscientes de cada uno de los síntomas, de la capacidad para dejarte fuera de combate si te pega fuerte, de su padecer solitario.
El amor es un estado que pasa por el cuerpo con la ligereza y la gravedad de un resfriado común. Sé que sabes de lo que hablo: tú también has estado acatarrada últimamente (y, si no es así, tranquila, date unos días). A mi alrededor todos caían como diputados de Podemos, y aún así yo estaba convencida de que me iba a librar. Eso fue antes de fumarme doscientos pitis un domingo por la noche.
Siempre me pasa igual: acumulo preocupaciones. Me las fumo toditas hasta que termino enfermando. Me paso una semana sin fumar, reponiéndome, reuniendo preocupaciones de nuevo, coleccionándolas, poniéndoles nombre, preguntándome si ese silbido en la faringe será normal, buscando los síntomas en Google, acabando con el historial de publicaciones en MedlinePlus, ¿Tos improductiva o viene del pulmón? Mortificándome porque fumar mata, matándome por fumarme un piti.
Para cuando me recupero, ya tengo suficientes preocupaciones para fumar a gusto hasta que vuelva a enfermar. Entonces, como si estuviera enamorada, me encierro en casa con un paquete de pañuelos, y hasta que se me pase. Menos mal que ahora tengo una antología de infelices.
Eso es todo, amiga. Feliz Navidad y próspero perreo nuevo. Recuerda que si necesitas escapar estos días del bullicio sabanero de la capi puedes hacerlo con la ayuda de este mapa para Grinch que te preparé el año pasado.
Si quieres una recomendación, hazte amigx (joven) del Teatro Real (es un chollo, Hacienda te devuelve el 80% de lo que pagues) y ve ahora mismo a ver Rigoletto con entradas de última hora. Eso, y este poema de Elizabeth Bishop, otra de las infelices de la antología de P.
Ya sabes que puedes contestar a este correo y comentarme qué te gusta y qué no, si tienes alguna petición especial, y que te estaré eternamente agradecida si me sigues en Instagram y compartes Too match con tus pana’.
Nos vemos muy pronto con mejores fracasos, pero no más (porque es imposible).