Querida amiga:
Me llamo Inma y soy escritora. La primera vez que lo dije fue hace cinco meses, y estaba sentada encima de una toalla de playa frente a mis amigas, que habían improvisado un consejo de sabias en Isla Canela. En realidad obvié mi nombre, porque mis amigas ya se lo saben, y sin embargo sí vi la necesidad de precisar lo segundo, pese a que probablemente sea escritora antes que Inma.
Era nuestro primer día de verano juntas, ya anochecía y las más frioleras nos habíamos echado las toallas húmedas por encima, conscientes de que la temporada de simposios no había hecho más que comenzar.
Las vacaciones con mis amigas son algo parecido a una maratón de mesas redondas en las que se debate sobre lo divino y lo humano con dos condiciones: 1. TODO es susceptible de motivar una conferencia de dimensiones trascendentales y 2. Una nunca está a salvo (tampoco en la cola del Covirán). Durante una semana, el mundo desaparece y en su lugar se alza el simposio; una única conversación que discurre con vida propia y desafía a las leyes de la física, que existe más allá de nosotras y cambia de forma a medida que se van uniendo y descolgando participantes en función de su aguante y necesidades vitales. Es como el juego del calamar, pero sin el consuelo de poder contar con el descanso eterno.
Me llamo Inma y soy escritora, y el cielo siguió en su sitio. Nadie se escandalizó, el sol terminó de esconderse y mis amigas asintieron. Lo dije y sonó evidente. Como si no hubiera nada en el mundo más obvio que eso, y sin embargo lloraba como si me lo hubiera estado aguantando desde siempre. Como un chicle que después de un buen rato empieza a deshacerse en la boca, y una reprime la náusea hasta que por fin encuentra el momento de tirarlo. Treinta años obviando que, para ser, no basta con responder a un nombre, hace falta reconocerse en el mundo.
La segunda vez fue con vergüenza. Habían pasado un par de meses. Era octubre y estaba con D. y un amigo de D. en la cola para pillar palomitas de los cines Ideal. El amigo preguntó: ¿A qué te dedicas? Y en lugar de recurrir a la respuesta oficial, que es decir que soy periodista especializada en economía, me escondí un mechón de pelo detrás de la oreja, bajé la cabeza y, con la mirada fija en el suelo, respondí: Soy escritora, mientras D., que sabía lo que me estaba costando, soltaba una risita compasiva.
Podría haberse convertido en un quiste. Una bola rellena de sangre, sebo o frustración con la que cargar toda la vida, igual que se lleva en brazos a una niña que nunca crece. He necesitado treinta años para atreverme a decirlo, pese a que no imagino mi vida haciendo nada más. Sigo haciéndolo con vergüenza, sintiéndome pretenciosa, como si aspirara un título reservado solo al Panteón de lxs ilustres. Casi tanta vergüenza como la que siento ahora al decirte mi nombre. Ya era hora, pensarás.
No hace falta ser homosexual para pasarse la vida dentro de un armario. Una se descubre a sí misma a medida que se reconoce en los demás. La identidad se hace visible en el acto de exteriorizarse, y esto vale para cualquier elemento del ser, desde el nombre hasta la orientación sexual o la pulsión de trascenderse. Cada apartado del alma encierra su propio armario, con su olor a ropa usada y a bolitas de naftalina.
Hace treinta años que existo a pesar de ser Inma. Yo no era escritora y Too match no era Inma. Era un armisticio entre dos dimensiones de la existencia que convivían en resistencia pacífica, disolviéndose una dentro de la otra hasta la náusea. Celebremos que he vomitado.
Un par de meses después de decirlo en voz alta, ocurrió algo increíble. Pero esa es otra historia que te contaré más adelante. Por lo pronto, te dejo esta cita en Madrid Secreto para celebrar el encuentro conmigo misma y, al fin, contigo también.
Eso es todo, amiga. Ya sabes que puedes contestar a este correo y comentarme qué te gusta y qué no, si tienes alguna petición especial, y que te estaré eternamente agradecida si me sigues en Instagram y compartes Too match con tus pana’. Si lo haces no estarás plantando un ciprés en Guatemala, pero sin duda contribuirás a que esta newsletter siga fracasando.
Nos vemos muy pronto con mejores fracasos, pero no más (porque es imposible).